domingo, 23 de junio de 2013
FANTASILANDIA ( Cuento premiado)
Este es el título del cuento ganador del II Certamen literario Cerca del Tajo organizado por la Asociación de madres y padres " Federica Montseny". Su autora Andrea Asperilla, una joven adolescente, nos introduce en un mundo de fantasía en el que todo es posible con sólo dejar escapar la imaginación. Es un relato repleto de aventuras bañadas en magia que nos hace regresar a nuestra niñez, cuando un palo largo se convertía en una espada y una sábana vieja en una cabaña. Andrea, a su corta edad literaria, comienza a manejar los hilos de la narración con gran maestría y promete llegar a ser una gran escritora en el futuro.
¡¡¡ENHORABUENA POR TU PREMIO, ANDREA!!!
FANTASILANDIA
Este relato va dedicado
a mi hermano Rodrigo,
para que nunca deje de soñar.
Me llamo Manuel, y vivo en un pequeño pueblo de Irlanda, antes en España, pero la
situación económica nos impidió continuar viviendo allí. Desde pequeño me ha apasionado
todo lo referido a la fantasía, pero sobre todo, los personajes fantásticos. Siempre he tenido
la impresión de que detrás de este mundo, se ocultaba otro, totalmente distinto, alejado de la
contaminación, del ruido, de la violencia y de todas esas cosas que los humanos hemos ido
considerando normales, pero que en este otro mundo, están consideradas totalmente
ajenas. Y realmente, existe, y soy testigo de ello, por eso, voy a relatar mi experiencia.
El día posterior a la mudanza, salí a jugar y me encontré a un chaval, tenía más o menos mi
edad, estaba rellenito, era pelirrojo, bajito, en la cara tenía pecas y sus ojos eran azules.
Después de haber estado un rato observándole me acerqué a él, me saludó y nos
presentamos. Como bien había intuido yo, tenía mi edad. Se llamaba John. Me contó que
vivía al lado de mi casa. Congeniamos bien, y estuvimos jugando. Cuando ya había pasado
una hora, me despedí de él, y regresé a casa. Al terminar de cenar, subí a mi habitación y
preparé las cosas del instituto. Me metí en la cama, y al poco rato, me quedé dormido.
Suena el despertador. Son las siete y media de la mañana. Después de un rato, decido
levantarme. Me visto, me aseo, cojo mis cosas y bajo a la cocina. El desayuno ya está listo.
Al salir de casa, con el coche, me doy cuenta de que John va también ahora al instituto. Al
llegar, me lo encuentro allí. Las tres primeras clases se pasaron muy rápido, y enseguida
sonó el timbre. Salí al recreo con John. Me entró sed, y mi amigo me enseñó una fuente, que
no había visto antes. De pronto, John dijo unas palabras muy extrañas, sin tocar el agua, ésta, comenzó a moverse, y John propuso que tocáramos el agua. Le hice caso. Y al
sumergir mi mano… ¡No se mojó! Mi amigo me dijo que nos metiéramos en la fuente, y le
hice caso de nuevo. Ya dentro de la fuente, comencé a tener la impresión de que estaba
soñando, me pellizqué, pero estaba despierto, de repente el patio tomó otra forma, todo
comenzó a nublarse y me sentí mareado. Cerré los ojos para tranquilizarme y al abrirlos me
encontraba en un enorme paraje verde, lleno de altas hierbas y árboles. Al fondo, en una
lejana colina, había un enorme palacio brillante, muchas mariposas adornaban el paisaje, y
los cantos de los pájaros hacían que todo aquello fuese más alegre. Era lo que yo siempre
había imaginado. Me dí cuenta de que John no estaba, y aterrado, grité con todas mis
fuerzas su nombre, nadie respondió, pero noté que algo me tiraba del pantalón, bajé la
mirada y… ¡Vi un duende! Asustado, di un salto hacia atrás, pero el duende comenzó a
hablar y me explicó que era John, que había ido a la Tierra a buscar ayuda para
Fantasilandia, que así era como se llamaba aquel sitio tan maravilloso. Por lo visto, desde
hacía algunas semanas, un ejército de minotauros, había comenzado a raptar a los
habitantes. John también me contó que él era el rey de los duendes, pero no le dio tiempo
de terminar la explicación, pues divisamos las tropas de los minotauros. Nos agachamos, de
tal manera que la hierba nos cubría. Después de un rato, oímos un grito proveniente de la
pradera, John, pudo distinguir la voz de su hermana. Nos asomamos, y vimos que los
minotauros la habían capturado. John palideció, y me dijo que la magia de su hermana, la
reina de los duendes, era muy poderosa, y que si los minotauros llegasen a quitarle los
poderes, el mal recaería sobre ellos y eso provocaría una gran catástrofe. Decidido le dije a
mi amigo que le iba a ayudar en todo lo que pudiese. Cuando las tropas se marcharon, John
sacó un silbato de su bolsillo, sopló, y de las nubes salió un bonito pegaso blanco que se
detuvo a nuestro lado. Montamos en su lomo, y volamos hasta el castillo. El castillo era de
cristal azulado, lo que le daba un aspecto glaciar. El suelo era de plata y las puertas de oro.
En el techo había diamantes, perlas, esmeraldas, rubíes y muchas más piedras preciosas
incrustadas. Las habitaciones eran espaciosas, tenían unas ventanas enormes que dejaban ver los lujosos jardines del castillo. Me quedé maravillado. Comencé a hablar con John de
cómo íbamos a salvar a su hermana, él me dijo que me tendría que colar en el campamento
de los minotauros, y que no podía acompañarme, pues él tenía que cuidar del castillo.
Comencé a darlo todo por perdido, hasta que John me dio un pequeño dinosaurio parlante
que me acompañaría en el rescate. Estaba muy nervioso, ya que al día siguiente partía.
Decidí irme a la cama. Y nada más caer sobre ella, caí en un sueño muy profundo.
Me desperté. Y preparé las cosas para partir, según John iba a ser un viaje muy largo.
Salimos del castillo Dino y yo, que así se llamaba el pequeño dinosaurio. Bajamos la colina,
nos despedimos de John y comenzamos a andar. Atravesamos un oscuro bosque, cargado
de vegetación, más que un bosque, parecía una jungla, hacía un calor infernal. Tuvimos que
pasar la noche allí, pues no encontrábamos la salida. Por la noche la temperatura era
estable y pudimos dormir bien.
A la mañana siguiente logramos salir de aquel extraño bosque, pero fuera de allí, el paisaje
era completamente distinto, el suelo era de hielo, y no se veía ningun ser viviente en toda la
zona. Caminamos durante varias horas y cada vez hacía más frío, las temperaturas habían
descendido considerablemente y ya no se respiraba el aire cálido del bosque. Habíamos
caminado casi un centenar de kilómetros cuando divisé a lo lejos una brusca pendiente, que
llevaba a una extensa llanura, yo creía que ya habíamos llegado, pero al bajar la vista, nos
encontramos con un enorme desierto. Dino estaba dormido en mi mochila, así que le
desperté para que viese dónde nos encontrábamos. Al verlo se extrañó bastante, pues le
pareció raro que pasásemos del frío al calor tan rápidamente. Nos paramos a descansar, y
al despertarnos decidimos almorzar. Cuando terminamos, continuamos andando. Y nos
encontramos de nuevo una gran pendiente. Al bajar la vista, vi el campamento de los
minotauros. Mi cara de cansancio desapareció, ahora se mostraba alegre, eufórica.
Habíamos encontrado aquello que tanto habíamos buscado, pero, me paré a pensar, no
tenía ni idea de cómo podríamos entrar. La misión aún no había concluido. Bajamos la
cuesta. Ya estaba anocheciendo así que comenzamos a buscar algún sitio dónde poder dormir, pero de repente, el suelo comenzó a vibrar, bajo nuestros pies se abrió una gran
fisura, y caímos en ella. Cuando ya estábamos abajo, nos dimos cuenta de que nos
encontrábamos en una mina abandonada, había antorchas y olía a humedad. A la izquierda
había un largo pasillo y a la derecha, una gran aglomeración de piedras que impedían el
paso. Atravesamos el pasillo, y al final de éste, hallamos un escritorio hecho con piedra
sobre el que había un libro y un tintero. El libro parecía un diario, pero me llamó más la
atención el tintero, me giré para comunicarle lo encontrado a Dino, pero al darme la vuelta, vi
a un anciano. Aquel hombre parecía enfadado por encontrarnos allí husmeando. Le expliqué
lo ocurrido, y el hombre se tranquilizó. Me contó que llevaba allí unos mil años, porque él
trabajaba como minero, pero un día, cerraron la mina sin avisarle y se quedó encerrado. Me
extrañó su edad, y le pregunté. Su respuesta me extrañó aún más, me contó que un día,
dando vueltas por la mina buscando comida, encontró una roca con forma de cereza, se la
comió y nunca más sintió ni sed, ni dolor, se volvió inmortal. A mí jamás me hubiera gustado
ser inmortal, lo que hace especial la vida es la muerte, la muerte hace que te propongas
metas, que te intentes superar en el día a día, que vivas más la vida. Aquel extraño anciano
continuó explicándome su historia. Nos contó que hacía un tiempo ya, que no sabía cuándo
era de día ni cuándo era de noche, pues cierto día, taparon una rendija por donde pasaba la
luz, entonces la cueva se sumió en la oscuridad. Nos presentamos. Y él, aparte de su
nombre, me dijo que con el paso de los años, había adquirido poderes mágicos y que nos
ayudaría a rescatar a la hermana de John, pero a cambio de una cosa: destapar la rendija.
Aquel hombre tenía una barba larguísima y blanca como la nieve, sus ojos eran verdes
azulados y brillaban casi tanto como el sol, eran muy pequeños, pero preciosos. Era
delgado, y un poco más alto que yo, se alimentaba únicamente de lo que sembraba en su
huerto, del que crecían grandes vegetales sin necesidad de luz solar, supuse que habría
hechizado aquellas tierras. Nos dijo que pasásemos la noche allí y nosotros, aceptamos, le
ayudamos a preparar tanto las camas como la cena y después de cenar, nos fuimos a
dormir. Al despertarme, la cueva seguía tan oscura como el día anterior. Desayuné y hablé con el
mago. Me dijo que para llegar al campamento, lo mejor que podía hacer era aparecer allí sin
más, y para ello, nos enseñó un conjuro, con el que podríamos aparecer donde quisiésemos.
Le dí las gracias, le prometí destapar la rendija y visitarle siempre que tuviera tiempo,
también le ofrecí que se viniera con nosotros a la vuelta, para que se quedase con nosotros
en el castillo, pero se negó, dijo que él ya estaba acostumbrado a ese tipo de vida. Iniciamos
el conjuro y tuve la misma sensación que cuando estaba en la fuente del recreo, pero esta
vez no me mareé.
Aparecimos directamente en la cabaña de los presos. Me sorprendió ver a un pequeño
minotauro hablando con un pegaso. El minotauro no estaba preso. Él nos vio, y para mi
sorpresa, se alegró. Estaba allí porque los demás minotauros se divertían organizando
peleas y pegándose, mientras que él lo veía absurdo y prefería estar allí. Se llamaba
Minorus y tenía diez años. Le conté qué hacíamos en aquel sitio, y él, se mostró voluntario a
ayudarnos. Sacamos a todos de las mazmorras, entonces Dino pensó en el conjuro que nos
enseñó el mago. Les enseñamos el conjuro a los presos, lo único que tenían que hacer era
pensar en donde querían estar y pronunciar las palabras mágicas. En las mazmorras había
duendes, hadas, pegasos, incluso sirenas, pero todos estos desaparecieron nada más
pronunciar el conjuro, todos menos Diany, la hermana de John, a quién rescatamos forzando
la cerradura. Nos agradeció que la salvásemos y comenzó a hacer preguntas sobre quiénes
éramos. Lo único que la dije fue: No hay tiempo, ya responderé a todas tus preguntas, ahora
estamos en peligro. Todo había salido bien, sólo quedaba salir de allí. Le agradecimos su
ayuda a Minorus y el nos preguntó si se podía unir a nosotros. Nosotros, encantados, le
dijimos que sí. Y de nuevo, con el conjuro de nuestro amigo el mago, nos fuimos de allí. Ya
fuera de allí, nos presentamos todos. Cuando estábamos dispuestos a partir, recordé a mi
amigo el mago, quien tanto nos había ayudado con su magnífico conjuro. Me acerqué a la
fisura por donde Dino y yo nos caímos, e inspeccioné la zona hasta que en medio de la
nada, vi una piedra, la levanté y debajo de ésta había un agujero. Supuse que aquella era la rendija de la que hablaba el mago. Saqué un papel y un lapicero de mi mochila, y escribí lo
siguiente: “Gracias por enseñarnos el hechizo, sin ti posiblemente no lo hubiésemos logrado,
espero verte pronto y también espero que disfrutes mi parte del trato, ya volverás a saber
cuándo es de noche y cuándo es de día. MANUEL.” Sonreí a mis adentros, pues sabía que
ese pequeño gesto, le ayudaría a aquel anciano. Subimos la cuesta, y nos encontrábamos
de nuevo en el desierto. Después de cruzar todo el desierto, llegamos a la zona glaciar.
Diany estaba cansada y Dino tenía hambre, así que comimos, y todos se echaron una
siesta, salvo yo, que no me podía dormir. Estaba pensando en mi casa, en mi familia, en el
colegio… Pero de repente oí un crujido a lo lejos, me giré y casi me desmayo. ¡El hielo se
estaba derritiendo! Desperté a todos y recogimos todo lo rápido que pudimos. Por suerte,
estábamos cerca del bosque. Llegamos a tiempo. Y ya cuando estábamos a salvo, nos
quedamos a contemplar cómo el hielo se terminó de derretir. El desierto y el bosque
quedaron separados por un mar cristalino. Al rato, se comenzaron a ver delfines y sirenas
saltando a lo lejos. Aquel paisaje, aquel momento, aquella sensación… Todo aquello fue
maravilloso. Atravesamos el bosque, esta vez sin perdernos y cuando salimos de él, ya era
de noche, quedaban varias horas aún para llegar al palacio, así que acampamos allí, entre
las altas hierbas del reino de los duendes. El piar de los pájaros fue nuestro despertador, me
desperté feliz, pues sabía que en poco tiempo me reencontraría con mi amigo John. Hacía
sol, pero el viento soplaba, aquello era el paraíso. Anduvimos a través de los campos de
almendros que ya lucían sus bellas copas rosadas. Y por fin, divisamos a lo lejos el castillo,
tan brillante como la última vez que le vi. Nos íbamos acercando y cada vez estaba mas
orgulloso de mí mismo, había ayudado a mucha gente en mi viaje, pero sobre todo, porque
había aprendido una gran lección de compañerismo, me sentía orgulloso de haber
aprendido. Subimos la colina, John nos estaba esperando en la puerta. Los dos hermanos
se abrazaron y John, me agradeció todo lo que había hecho. Aquella misma tarde, se
celebró un gran banquete, al que asistieron todos los reyes y reinas de Fantasilandia. Todos
estaban muy felices y Minorus se adaptó a la perfección, ya que él era un minotauro pacífico, al igual que el resto de invitados. El primer plato estaba delicioso, y el segundo, y
también el postre. Ya casi había concluido el banquete, solo nos quedaba brindar. Todos
llevamos nuestras copas al centro para brindar con los demás, bebí un poco de mi bebida
y… Las turbulencias del recreo volvieron, la cabeza me daba vueltas, y al abrir los ojos, todo
había desaparecido y me encontraba de nuevo en el recreo, la fuente no estaba, y el recreo
terminó. Miré a mi alrededor buscando a John, pero no estaba, se había quedado en
Fantasilandia. Al llegar a mi casa, me senté a comer, y después, cuando terminé, salí a la
calle. La casa de John no estaba, todo había sido fruto de mi imaginación, o eso pensaba
hasta que subí a mi habitación. Sobre mi cama había un duende de peluche, pelirrojo, con
pecas, con los ojos azules y rellenito, igual que John. Bajé a preguntarle a mi madre si sabía
algo de aquel peluche. Me dijo que lo encontró en una de las cajas de la mudanza, que se
habría extraviado. Satisfecho con su respuesta, subí a mi habitación y me tumbé en la cama
para pensar. Puede que fuese una simple casualidad y que todo hubiese sido una simple
imaginación mía. También puede que realmente todo esto haya ocurrido. Al dudarlo, cogí el
peluche y comencé a examinarlo. Le miré a los ojos y de repente, aquel pequeño duende,
me sonrió. Aclaré mis dudas, todo aquello había ocurrido. Abracé el peluche, y con una
enorme sonrisa, me quedé dormido.
FIN
Andrea Asperilla Díaz
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Este cuento es divino. Gracias por tan hermosas letras que nos hacen soñar. Mi enhorabuena a Andrea por haber resultado premiada
ResponderEliminarHola soy Andrea, muchísimas gracias.
EliminarEgunon Pilar, que buena idea de publicar el cuento de Andrea. Es una historia deliciosa de fantasia y aventuras de un camino iniciático.
ResponderEliminarSu escribir, promete !!!!
El final del peluche, es la clave para concluir de una vivencia "real" y deja la huella
de un escritor en ciernes...
Os felicito, a ti Pilar, por publicarlo, y a ti Andrea por el premio y por tu sensibilidad por crear imágenes ta bellas !!!!
Mensaje recibido. Un abrazo-agradecido
Begoña
Muchas gracias, soy Andrea, y espero llegar lejos como escritora puesto que escribir me apasiona. Un saludo.
Eliminar
EliminarCreo que tienes madera ...asi que adelante !!!!es un cuento con todos los ingredientes de los cuentos clásicos, lo has bordado. Un saludo cariñoso de Begoña
Felicidades a ANDREA por su magnífico cuento y a ti, Pilar, por darle cauce en el blog y permitir que más personas podamos leerlo y disfrutar con su lecturas.
ResponderEliminarCordial saludo virtual. Julio Jiménez
Muchas gracias, un saludo, Andrea.
EliminarHola Pilar, soy Andrea, muchas gracias por publicarlo e ilustrarlo, me ha hecho mucha ilusión verlo en la web. Enhorabuena por tu blog, me gusta mucho, un saludo.
ResponderEliminarMuchas felicidades, Andrea, es una gran relato, muy afectivo y muy bien desarrollado, me ha encantado. Apoyado por las ilustraciones de Pilar... En fin, todo un momentazo su lectura.
ResponderEliminarUna futura escritora!!!
Un besote para las dos.
Felicidades Andrea, me ha encantado tu cuento. Me ha enganchado hasta el final.
ResponderEliminarGracias Pilar, el subirlo al blog ha sido todo un acierto.
Felicidades!!! Es precioso, cuanta imaginación!
ResponderEliminarun abraxo!
Te kiero ANDREA eres la mejor. Jejej
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