El 27 de noviembre se celebra tradicionalmente el Día del Maestro, y en este blog no podía faltar un merecido homenaje a todo los que han dedicado su vida a educar y formar a los hombres y mujeres del mañana. Que ellos sean siempre la luz en su caminar y que sus enseñanzas para construir un mundo mejor estén siempre presentes en sus corazones.
Para celebrar este día hemos contado con la participación de algunos de nuestros amigos, que amablemente se han brindado a dejar el recuerdo de los maestros que dejaron huella en ellos. Estas son sus vivencias.
MARINEL
"Era la
hora del almuerzo. Un día más, mis sempiternas trenzas y yo, esperábamos en el
patio del colegio a que salieran los mayores, entre los que se encontraba
mi hermana.
Sencillamente,
no podía dar un paso sin ella, ¡pobre!
A sus pocos
años, no podía jugar sin tenerme cogida de su falda.
Como cada
día, su voz entre las amigas, recomendándome:
-Cómete el
almuerzo.
-¡Es que no
tengo hambre!
-Pues sin
hambre, que luego verás mamá si te ve volver con él a casa.
Yo, desde mi
altura minúscula, la miraba pegar mordiscos a su bocadillo, mientras el mío iba
mareándose en la bolsa que no dejaba de voltear una vez y otra, hasta que en
una de las vueltas, salió disparado al muro, saltándolo y dejándolo fuera del
colegio.
El llanto no
tardó en aparecer, las palabras de enfado de mi hermana; también.
Pero allí
estaba ella:
La seño
Isabel. Una vez supo, no tardó en reaccionar.
Con su mano
blanca, su sonrisa fresca y su larga cabellera rubia, me tomó de la manita y me
llevó hasta la clase. De su bolso, extrajo una deliciosa ensaimada y una
chocolatina, seguramente para ella, pero que ese día fue para mí.
La señorita Isabel consiguió que ese día
quedase siempre en mi memoria y en mi corazón, donde siempre la guardo, no solo
por aquel gesto, sino por otros muchos que me hicieron quererla.
ANA GRACIA
Había que
aprender las letras en primer grado, ¿por qué?
Yo quería pintar y jugar. Que tocara el timbre y
saltar a la soga. Hacer amigos y reír.
La señorita me dejaba hacerlo. A veces me
mandaba a hablar con la directora, creo que sólo para que caminara los dos
patios, el abierto y el techado, y luego regresara, un descanso de la hora de
clase.
Así pasó el año, entre dibujos que salían de la
hoja y se pegaban a las mangas del delantal y yendo a la dirección donde la
señora directora me decía:
- ¿Y qué pasó ahora?
Entonces charlábamos un rato para seguir
haciéndonos amigas.
No aprendí las letras en primero, ni las tablas
en tercero, ni la división por dos cifras en quinto.
A los maestros que supieron esperar el momento y
no imponerlo, les agradezco haberme sentido entre las paredes de la escuela tan
amada como en casa.
JOSÉ MANUEL
Que deciros de los maestros, jajajaja, tengo bastantes
anécdotas y cosas,
así que voy a contaros las que recuerdo.
El acto de sinceridad y verdadero interés que tuvo conmigo mi profesora de
ciencias del instituto es algo que si habéis leído mi perfil en el
blog conoceréis ya. Esa es una que me gustará compartir, de hecho la comparto
como os he dicho.
otra:
Siempre he sido un niño con mucha pero que mucha imaginación. En la EGB
tuve seis años seguidos a la misma "seño". Pues bien, llegué a pensar
que tenía superpoderes porque cuando no quería que me preguntara porque no
había estudiado, pensaba dentro de mi ("....que no me pregunte..... que no
me pregunte....") y ese día no existía para ella. jajajaja. Hay que decir
también que no era mal estudiante y que algunas tardes las pasé dibujando
murales para el cole, mientras mis compañeros daban clase normal.
Don Joaquín.
Don Joaquín era mi maestro de matemáticas en sexto, séptimo y octavo de
EGB. Era alto, rubio, con barba, y voz grave. Tengo que decir que nunca tuve un
profesor que me hiciera entender tan bien las matemáticas como él. Pero a pesar
de esto, Don Joaquín y sus "negativos" hicieron desarrollar en mi la
capacidad de crear dolor de barriga de manera psicosomática (cada día que no
tenía los deberes hechos).
"Don" Joaquín (antes les llamabamos de Don y Doña a los
profesores, para mí era algo que les otorgaba mayor respeto si cabe), tenía dos
peculiaridades que lo hacían todavía más especial. Una de ellas era que cuando
entraba en clase y nos veía más alborotados de lo normal, con los dedos contaba
hasta tres, con el uno ya sabíamos que iba a suceder y nos mirábamos
todos con cara de complicidad y diversión, con el dos todo el mundo se
preparaba, y con el tres, UAAAAAAAAAAHHHH!!!!!!!!! toda la clase a la vez
lanzaba el mayor de sus alaridos. Y como si de un director de orquesta se
tratara Don Joaquín con un gesto seco con la mano determinaba el final del
grito. La clase podía empezar.
La otra peculiaridad también consistía en un grito, pero un grito de susto
(para asustar), que él lanzaba sin venir a cuento, a lo mejor mientras
explicaba calmadamente algo. Como un resorte, toda la clase pegaba un brinco en
sus pupitres. Luego sonreía y seguía explicando. Mientras él alegaba que lo
hacía con unos fines terapéuticos (nombraba algo del ritmo cardíaco y no se que
más), yo sigo pensando que era como un estímulo para que
no perdiéramos nunca la atención.
Creo que de momento está bien (que si me pongo vais a necesitar un post
para mis maestros solo jajaaj), espero que os guste.
MÁXIMO GONZÁLEZ GRANADO
Señor Segura
“Hubo un emperador Máximo que murió degollado”. Lo decía
asentado en su imponente presencia, con esa voz poderosa y profunda que parecía
haberle prestado el mismísimo Zeus, colocando el puntero sobre mi frente
mientras me miraba serio desde esa impresionante altura que no era solamente la
distancia entre sus pies y su noble cabeza, sino mucho más, la altura humana
que le proporcionaba su vasta cultura, sus sólidos principios, su exquisita
sensibilidad.
Bastaba que alguien asomado al pasillo anunciara que
venía el Señor Segura para que de inmediato todos permaneciéramos clavados en
nuestros asientos, en absoluto silencio, sabedores todos de que él no era un
profesor como cualquier otro, con él estábamos condenados a prestar la máxima
atención, no porque nos obligara con amenazas o castigos -nunca tuvo necesidad
de castigar a un alumno- sino porque ejercía sobre nosotros una suerte de poder
hipnótico, porque su discurso poderoso y mágico nos atrapaba y nos impedía
cualquier otra cosa que no fuera caer irremisiblemente en el hechizo de sus
palabras.
Yo no sería quien soy sin la decisiva influencia en un
momento crucial de mi vida de aquel catedrático de Geografía e Historia, aquel
hombre de anchos hombros que solía vestir traje oscuro y gabardina, de una
cierta feroz apariencia que se desvanecía rápidamente en cuanto reparabas en su
limpia mirada y sus afán incansable por transmitir y comunicar su inmenso
saber, su concepción humanista de la vida, su confianza en las aspiraciones de los
jóvenes a los que educaba. Él guió nuestras primeras lecturas, nos transmitió
su gusto por los libros y la buena literatura (mucho mejor que el profesor de
la asignatura, que todo el tiempo nos hablaba de épocas, cánones y clasificaciones); lo hacía con tal poder de
evocación y convicción que a mi me resultaba imposible no acudir a la
Biblioteca Pública para buscar y solicitar en préstamo los libros que contenían
aquellas historias que nos servía en bandeja aquel excelente maestro, aquel
hombre que manejaba las palabras como si fueran dardos que iban directos al
centro de nuestros sentimientos.
Nunca se preocupó demasiado por fechas y datos que en
cualquier momento se pueden consultar en un libro, prefería que tuviéramos la
capacidad de emocionarnos y conmovernos ante la contemplación de “El galo
herido” o “La Victoria de Samotracia” o cualquier otra obra de arte.
“No me engañas” escribió con
lápiz rojo en uno de los exámenes que hice con él; yo apenas había estudiado y
traté de rellenar dos o tres folios exprimiendo algunas nociones que recordaba,
estableciendo arriesgados paralelismos y deducciones por mi cuenta y riesgo. Y
sin embargo eso era precisamente lo que quería de nosotros, que no nos
limitáramos a repetir mecánicamente información, que fuéramos capaces de pensar
por nosotros mismos, de opinar, de analizar. Me asombra que ahora, cuarenta y
siete años después los teóricos de la educación llenen páginas de ensayos y estudios sobre lo que mi querido Señor Segura
practicaba de forma tan natural. Me puso una buena nota en aquel examen, y
luego me dijo que tenía que estudiar más, pero que no dejara nunca de dejar
volar mi pensamiento: a veces es el mejor camino para saber lo que realmente
pasó o está pasando.
Hasta cuando nos reprendía
aprovechaba la ocasión para
transmitirnos alguna enseñanza: “Hubo un emperador Máximo que murió
degollado”, “Isabel no te creas Elizabeth, aquella reina de Inglaterra a la que
no le tembló el pulso”, “Don Julio, debería usted pedir a los dioses que le
concedieran una pizca de la imaginación que tuvo aquel tocayo suyo, de apellido
Verne... y así sucesivamente, utilizando nuestros nombres y la reprimenda para
colocar bajo el foco de nuestra atención a las grandes figuras de la Historia y
la Literatura.
Él nos instó a leer Sinuhé el
Egipcio, Ivanhoe, Los últimos días de Pompeya...para que aprendiéramos
Historia; Los hijos del capitán Grant, La vuelta a mundo en ochenta días, e
innumerables libros de aventuras y viajes para que aprendiéramos Geografía,
aunque nunca fue partidario de compartimentar saberes, ya que era un humanista
convencido y practicante, y no le cabía ninguna duda acerca de la interrelación
y dependencia de todas aquellas parcelas que la escuela y los métodos de
estudio se empeñaban en mantener bajo la denominación de asignaturas.
Y no sólo nos inculcó el gusto
por los libros, la pintura y la escultura, también consiguió que nos
interesáramos por la música clásica: acudía desinteresadamente los sábados al
Instituto, donde en una de sus aulas nos juntábamos un puñado de alumnos y
alumnas que habíamos comprendido que pasar un par de horas con aquel hombre
sabio y bueno era de lo mejor que podíamos hacer con nuestro tiempo libre;
aparecía con un puñados de discos del prestigioso sello Deutsche Grammophon, y
antes de ponerlos nos embelesaba con descripciones y presentaciones tan
certeras y bellas como la música que a continuación escuchábamos, intuyendo
asombrados que algo sagrado y sublime latía en aquellas notas inmortales.
Amo la Música, la Literatura,
el Arte...Los principios y la ética y la estética han sido pilares
fundamentales en mi vida. Amo esta profesión mía de maestro que no es otra cosa
que inculcar en los demás lo mismo que mi querido Señor Segura inculcó en lo
más hondo de mi espíritu.
BEGOÑA
Ya para terminar, este bellísimo cuento que nos regala Ana Gracia, de su blog Cuentos de Tihada