Érase una vez una rana que vivía en una pequeña charca. No estaba muy
satisfecha de su casa porque era demasiado pequeña y las algas que le impedían nadar
con total libertad.
Cuando se encontraba fuera del agua, frecuentemente se reflejaba en el espejo de su superficie, pero no parecía muy contenta con su imagen. A veces, llegaban las libélulas a volar sobre la charca y la ranita, escondida entre la vegetación, contemplaba la belleza de sus alas y la libertad que éstas les daban. Ella, en cambio, era esclava del agua de la charca, nunca tocaría el cielo, ni el sol, ni la luna porque no tenía alas. Reconocía que envidiaba a estos insectos de vistosas alas sobre las cuales los rayos del sol se paseaban para convertirlas aún en más bonitas. ¡Cómo si no lo fueran bastante!. Parecía como si la belleza de los colores del sol se alojara en las alas de las libélulas. Pero la rana nunca sería tan bonita. Además, sus largas patas eran feísimas.
Cuando se encontraba fuera del agua, frecuentemente se reflejaba en el espejo de su superficie, pero no parecía muy contenta con su imagen. A veces, llegaban las libélulas a volar sobre la charca y la ranita, escondida entre la vegetación, contemplaba la belleza de sus alas y la libertad que éstas les daban. Ella, en cambio, era esclava del agua de la charca, nunca tocaría el cielo, ni el sol, ni la luna porque no tenía alas. Reconocía que envidiaba a estos insectos de vistosas alas sobre las cuales los rayos del sol se paseaban para convertirlas aún en más bonitas. ¡Cómo si no lo fueran bastante!. Parecía como si la belleza de los colores del sol se alojara en las alas de las libélulas. Pero la rana nunca sería tan bonita. Además, sus largas patas eran feísimas.
La vistosidad de las alas de las libélulas dependía de la incidencia de los
rayos solares sobre ellas; pero en cambio, las alas de las mariposas tenían
belleza propia, la de sus colores vívidos y fijos. Algunas de ellas eran tan
bonitas que parecía que le hubieran robado los colores al arco iris, ese arco
que salía después de la lluvia.
La rana lamentaba no tener la misma suerte de las mariposas.
Un día vio a un hada del bosque
refrescándose en el agua de la charca y, una vez más, deseó tener para ella
sola esas alas tan maravillosas de la libélula, de la mariposa y del hada del
bosque. El hada, una hada-guía muy sabia, le leyó el pensamiento y le dijo:
-No pierdas el tiempo quejándote y envidiando a los demás, y saca partido de tu experiencia.
-No pierdas el tiempo quejándote y envidiando a los demás, y saca partido de tu experiencia.
El tiempo es nuestra cosa más valiosa y hemos de emplearlo de forma
positiva. La crítica y la envidia no son nunca positivas y nos bloquean. En
lugar de vivir pendiente de los demás, ¿por qué no vives pendiente de ti misma?
¿Por qué no intentas aprovechar el potencial de tus piernas, por ejemplo? Ellas
te pueden llevar más lejos de lo que piensas.
¡Intenta mejorar tu existencia!. Hazlo, si lo haces, la vida te resultará una aventura de lo más emocionante. ¡No tengas miedo al cambio!. Si no te gusta como vives, empieza por cambiar tú y, ¡te aseguro que tu vida será diferente!. ¡Anímate!. Sé que encontrarás la manera.
Y, acto seguido, la preciosa hada desapareció.
Esa visión sacudió a la rana y le hizo pensar mucho. Y descubrió que
cambiar su vida, dependía, en gran medida, de ella misma y de la perspectiva
desde la cual enfocara su situación.
-Quizás no tenga alas, pero tengo unas patas que me pueden llevar lejos de
la charca, quizás a una charca más grande, ¡donde podré nadar hasta no poder
más!
La rana empezó a saltar. Cada vez sus saltos eran más largos y la llevaban
más lejos. Se dio cuenta de que nunca podría volar, pero saltar era una forma
de tocar el cielo y de experimentar el placer de la libertad.
Además, ella era capaz de hacer una cosa que las libélulas, las mariposas y las hadas no podrían hacer nunca: ¡nadar!. En ese momento, se sentía dueña de un gran poder, poder desenvolverse en dos medios naturales a la vez, el agua y el aire. ¡Imaginaos la capacidad de nuestra ranita!. Podía nadar tranquilamente en la charca, por cada rincón, entre las algas, hacia arriba y hacia abajo y, cuando le apetecía, en lugar de perder el tiempo mirando las alas de los demás, se ponía a dar saltitos sobre las hojas que flotaban en el agua y no solo podía saltar sobre ellas, sino también sobre el suelo fresco y húmedo que rodeaba a la charca. Su vida ahora había cambiado. Pero le hacía falta continuar evolucionando y transformándose interiormente. Así pues, se planteó ir a una charca más grande pues sentía que se expandía interiormente y, que, por lo tanto, su entorno natural también debía crecer. Desconocía el modo de marcharse de su charca porque sus preciadas patas no le permitían recorrer largas distancias.¿Cómo se espabilaría?
En aquel preciso momento, concentró toda su fe en el hada que hacía unos
meses se le había aparecido, pero no obtuvo respuesta. Nuestra rana estaba muy
desanimada.¿Cómo podría cambiar su vida, si no obtenía los medios para hacer
efectivo el cambio? Además para sus amigos de la charca sus pretensiones no
tenían ni pies ni cabeza y, por tanto, no debía complicarse la existencia. Para
ellos, quedarse en la charca, era la opción más segura.
Pero nuestra ranita no era una rana acomodada, resignada ni perezosa y
estaba decidida a sentir la emoción de la vida, a creer en sus ideas y
llevarlas a la práctica.No sabía cuándo, pero se repetía a ella misma que no
era necesario enfadarse y que, cuando menos se lo esperara, aparecería la
respuesta que tanto buscaba.
Un día llovió tanto que el agua de la charca sobresalía por todas partes,
arrastrando hacia fuera a nuestra rana y haciéndola caer en un agujero.
-¡Qué miedo tengo –decía, llorando-. ¡Cómo me arrepiento de haber querido
cambiar. ¡Cuánta razón tenían mis amigos al aconsejarme que me conformara con
mi situación. Ahora, por mi culpa, nunca saldré de este maldito agujero.
¡Quiero volver a mi charca!
Continuaba lloviendo tanto que el agujero se llenó de agua y la ranita
volvió a salir hacia afuera, llevada de nuevo por la fuerza de la corriente,
que invadía el bosque.
-¿Dónde me llevará este río de agua?¿Dónde iré a
parar? Si deja de llover y me quedo parada en medio de un camino, ¿qué haré
cuando este caudal se seque?, ¿me moriré?.
Pero quiso la suerte que el ímpetu de esa corriente la condujera a una
charca más grande y nuestra ranita dijo:
-¡Qué bien! He ido a parar a una charca mejor.
Fue entonces cuando vio que su amiga, el hada, se alejaba volando...
Autora texto
e ilustraciones: María Jesús Verdú Sacases.
Técnica
ilustraciones: Pastel blando